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PS, mariposa, no obstante. Salió de su capullo religioso y voló como sus compañeros en jiras y tertulias alrededor de una luz de dicha... Una dicha en que siempre se sueña. ¡Al borde!... Se le iban haciendo siniestras las figuras eclesiásticas, pero el arraigo de cultura religiosa vencía el antojo. En su lugar se alzan otras figuras conspicuas: los profesores que hablan con poca cordura de asuntos religiosos... los hombres de ciencia. Un día, al pasar por junto a una iglesia, oyó tocar a función: ——Habría que poner multa al toque de las campanas— dijo uno. Gaudencio no interrumpió. Vieron pasar un clérigo con el manteo recogido al brazo e insinuó otro: —$Son los toreros de las iglesias; lidian con las beatas... que nunca los cornean. Tampoco objetó Gaudencio. Pasaban los meses con este constante oir despropósi- tos. Notó Gaudencio que sus pensamientos perdían fuerza, que sus ideas no eran hebras de luz, que se teñían de negro... Como una tentación lanzaba todavía fuera de sí el ataque directo a la fe. Pero el continuo martilleo de las mismas alegaciones contra lo clerical hízole sentir muy cerca de sí el dogal de la infamia. Ahora los ojos se le encendían en llamas cuando se posaban en ciertas figuras. Su corazón ro era un jardín ni sus creencias eran “aquella fuente del corazón bañada en luna”. Notaba que las ideas graves y puras se le iban cayendo del alma como trozos de cristal herido por una piedra

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