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o 5 AL BORDE Gaudencio se despertó aquella mañana incómodo. Había pasado una noche molesta. La vida de estudiante en aquel medio le daba asco. Llevaba dos meses estu- diando. Abrió la ventana de su aposento, y lo primero con que toparon sus ojos fué un jardín no muy florido, pero to- davía bastante elegante; una Venus en ciernes acariciaba un clavel. ¡Cuántos botones habrán hecho explosión en los ramilletes de esos arbustos durante la noche! Veía al pie de muchos arbolitos pequeños, plantas grandes, hojas menudas de color amarillo. La mayoría de las hojas eran amarillentas; verdes pocas; el verdor amarilleaba. Pensó en la vida de juventud estudiantil. El sol había salido de paseo, ansioso de alegrar la mañana. El sol se ríe siempre, nunca apena. La verdad es que la luz y el ambiente convidaban a lanzarse a la calle. Salió de la casa, tomó el camino de la alameda. Una neblina refugiada al abrigo de los árboles le hizo creer que “flo- taba en su mente”. Hay nieblas que huyen de la luz y que la luz persigue. Hay neblinas que se prenden de la razón.

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