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— 210— —¿Crees que Gaudencio me perdonará?—sollozó An. gelita, todavía. —Gaudencio te bendecirá, estoy segura. —¿No fué el dolor que yo le causé la razón por que llamó a su convento? —El dolor hace a veces de portero de la vocación; 4] abre las puertas a un nuevo estado. El dolor es agente divino. Callaron breves momentos como si quisieran medir el alcance de sus expresiones. Luego interrumpió Angelita: —¿Será también feliz Gaudencio? —Hace unos días me escribió la única carta desde su profesión. Me anuncia que terminada la carrera ecle- siástica se va a ordenar de sacerdote. Me pide oraciones para desempeñar bien su misión. Angelita ahogó un recuerdo... Acarició otro y pre- guntó: —¿Llevará todavía consigo mi medalla? —No lo dudes, que la llevará. No hay razón ninguna para entender lo contrario. Aquella medallita le dió un nuevo ser. Ahora le dará una nueva “alegría sana”. Era la hora de cerrar el locutorio. Se despidieron las dos amigas. Dos flores del bien, aromosas, que supieron realizar una misión redentora arrullando a un hombre con amor casto. Ahora, ¿quién podrá calcular la onda que desarrollará aquel hombre? — FIN—
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