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9 -— cosa mejor; pero aunque ofenda tus oídos, quiero decirte que mi estado en mis condiciones es un encanto. Esta amistad del matrimonio es tan exquisita cuando dos bien se quieren, que no sé con qué compararla. Dicen que el matrimonio “es la tumba del amor”. Yo sólo sé decirte que la sensación de amistad que cada día va re- novándose y fortaleciendo en el matrimonio, si no es amor, es lo mejor de la vida. Yo no sé cómo hay gentes que patrocinen el divorcio. Deben haber ido al altar co- mo a un negocio y al verse en quiebra se desesperan. . . —Tú tienes mucha razón en decirlo. Empezaste a po- ner a Dios por delante y has hallado en el matrimonio su divino sacramento. Debe ser deliciosa tu vida con un marido sin egoísmos y atento a complacerte; con esos hijitos donde se cristaliza vuestra ilusión. Nosotras, querida mía, no tenemos hijos, pero te aseguro que en todas partes sentimos como un alegre alboroto de niños, un murmullo de colmena, un ruido cadencioso e infantil en nuestros jardines y corredores. El espíritu nos “in- fantiliza”” para gozar mejor de las alegrías sanas. Corre a través de estos gruesos muros un río hermoso de alegrías. Los que no nos conocen creen que el convento sólo con- tiene movedizas sombras. La más anciana de mis herma- nas tiene una juventud de espíritu que alegra como un cascabel... Dios nos da con creces esa compensación. Bendigamos a Dios, Angelita; tú con tus hijitos, vién- dolos enredar parleros y juguetones en el jardín de las “rosas blancas”, y yo entre estas mis compañeras qué son unas niñas grandes, viéndolas romper el aire con es- trepitosa, suave y jovial alegría de voces que suenan a gloria 14

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