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— 207 sor Adoración sentía una sensación de maternidad al verlos. Los miraba como suyos Un día le dijo el mayorcito: —Tía, este manojo de rosas blancas te lo he preparado vo. Mamá me dijo que eran para tu santo. ¿Cuándo ce- lebras tu santo? —Hijo, todavía faltan tres días. —Pues mira, las pones en un jarrito de cristal con agua y se conservarán frescas. Mamá me dijo que te enviara en cada rosa un besito... y yo te envío muchos. A los ojos de sor Adoración asomaron dos trocitos de transparentes cristales líquidos Era la emoción de la influencia. Pensó sin querer que aquellos niños que traían aquellas rosas blancas podían ser suyos. Angelita, por instinto de mujer, se lo conoció y le dijo: —Son como tuyos. Pero no podía hacer ni una alusión al hombre que pu do haber sido suyo. Sólo esto tenía prohibido Angelita, y sólo esto se lo prohibía ella misma a su corazón. —De buena gana te los robaba, chica—articuló so Adoración.—Este mayorcito es tu medalla exacta Pero no creas que te envidio tu suerte, ¿eh? En este en- cierro del convento está el alma más libre... Se goza de todos los cariños, menos aquellos que son exclusiva- mente “vuestros”. No podemos lucir galas, pero lucimos unos nobles deseos de perfección que son las galas mejo- res. Todavía conservo el ramito de azahar cortado en los naranjos de casa. Ramito que está algo amarillo, pero que aún huele muy bien. —Desde que te envié a hoy hay tiempo de que cre- cieran seis veces y florecieran otras seis. Cada día florecen en mi corazón con tu afecto.

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