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pr un 5 ¡Fuera ese! Ingrata ocurrel cia que tuvo tan mal resul tado que obligó al padre de Gaudencio a que empren- diera formalmente los estudios en una Facultad. De pronto, en el mismo salón de actos, le envió un recadito con estas autoritarias palabras: “Inmediatamente 1rás a casa y no saldrás en toda la tarde”. Los brotes de la mocedad quisieron sublevarse. Levantósele en el corazól una llamarada de libertad en protesta de la intervención paterna. Mas aquellos atisbos de insurrección fueron so focados por el hábito de no contrariar nunca la autoridad. Mordió el polvo y tomó el caminito de casa. No faltó quien advirtiese la digna potestad del padre y la no me- nos digna obediencia del hijo y rt solviese que aquel ] ría indulto: No le hubo. A los pocos días 1 se le arregló el baúl y hétele ahí fuera del hogar, en ul castigo reque ambiente de mayor libertad y en medio de una mucha: chada pletórica de vida y de pasión. La ciencia es lo de tos centros de educación y destrucción. Ñ U Hay brotes de juventud y Lrotes le mocedad. Es la vida de pecado. La floración de la carne. El eino de la lujufia El imperio del descrédito ersonal. Nadie cree la hon y la pureza de un joven estudiante en 1 stitutos y universidades. Los años no perdonan, se dice Los que no perdonan son las influencias. Sin embargo, es hon- roso para Gaudencio tener que ser una excepcion. Siempre recordaba la frase: “El pecado no puede dar alegría”. “Las alegrías sanas no se cost chan en la vida de crápula. Son un secreto del corazón a La resolución de su padre obedecía a que supuso que la relativa holgura de Gaudencio y el mimo de la casa perjudicaban su forma: ión. Pensó que la obligación de estudiar sujetaría los brotes de la mocedal pero ¿los trotes?
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