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ms A dra : O A 7 = PJIT ARI IAA pd | ; ji cómo agradeceros a ti a y mi hermana el bien que me hicisteis; porque primero, ella, con su vigilancia pruden- te y luego tú con tu cariño puro y blanco me regeneras- teis e impedisteis mi mal. Sois mis ángeles, mis ángeles, —¿Y ahora quieres dejarme sola, Gaudencio? ¿Serás capaz de olvidarme? Perdóname aquel arrebato, aque- lla locura causada por el dolor de la muerte de mi madre, ¡Si te hubiera dejado por otro... pero! —Angelita. Vi caer la primera hoja del árbol de tu amor y la primera hoja caída quería decir que mañana caerían las demás. He aprendido en un mes de retiro el arte de vivir en paz; aquí está mi felicidad. El sedante místico de estas paredes cura muchas dolencias. Tú eres joven, Angelita; eres una niña ideal. Tu primer amor fué Dios, En otro orden natural de afectos, tu primer amor fuí yo, Lo sé, te lo agradezco. Yo no era digno de ti. Mi primer amor no había sido para ti... Otro podrá amarte no con mejor amor que yo, pero sí con el primer amor como tú lo mereces. En eso he pensado mucho y me llegué a convencer de que Dios quería privarme de tu amor en castigo... —¡No, no!—replicó exaltada, Angelita—; yo te amo como eres. Yo no ignoro nada de esas cosas que tú exa- geras, porque eres generoso. —Y tú, ¿cómo podías saber tales cosas si eres un án- gel y mi hermana que las sabía es otro ángel y no te ha- ría de ello conversación? —Antes que a ella, llegaban a mí semejantes noticias. Por eso nos propusimos las dos salvarte, y no “pasaste del borde”, gracias a Dios. —Es cosa que nunca he podido comprender ese cómo. —¿Tampoco ahora?

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