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el “vaso de tu corazón” y que se derramó por entero tu amor para conmigo ¿Es que eras capaz de mentir? _No: era capaz de engañarme. —Pues bien, Angelita; es preciso resignarse a todo lo que no tiene remedio—suspira, bajando la cabeza. Interviene el canónigo, diciendo: —Pensó en ser religiosa, pero la engañó la imaginación; luego ha reflexionado y -Y ¿qué?—replica el joven, haciéndose fuerte. —Ya lo ha dicho; viene a buscar a usted Zn un mes ha envejecido mi juventud. Llegué aquí como nave que viaja de noche en medio de la tormenta; traía un arpón clavado aquí (señala el corazón). Antes de acordarme de este retiro me acordé de un puente Tai fué el dolor, el amargor de mi alma, que me parecía que la vida era un suplicio mayor que la muerte. Mi primera idea fué arrojarme de cabeza al río, desde el puente, y abrirme el cráneo contra un peñasco filoso. Pero la fe me iluminó. . Como el faro guía la nave al puerto, el recuer do de esta soledad me trajo acá Si he de decir la ver- dad, cuando me escapé de casa temía que la locura me alcanzase a mí, Angelita, antes que a ti, que me pare- cía ya que te pisaba los talones. Quise distraer mis re- cuerdos fúnebres. ¡Esta medallita que tú me diste! (La besa cariñosamente —¿Aún la tienes? —La llevaré siempre esté donde esté, sea lo que sea. —Dámela, para que la bese también ¡Ayúdanos, madre! Esta medallita es mi salvación y esta medallita eres tú, Angelita, porque tú me la distes en aquella hora acia- ga y dulce a la vez y me la pusiste al cuello. Yo no sé

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