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—2 100 —i¡Qué tarde me has conocido, Angelita! —exclamó a su vez. —¡Dios mío! ¡Dios mío!—continuó Angelita, rompien- do a llorar. —No lo extraño; lloras. Nunca me has visto de reli- gioso... Creías tal vez que había muerto. —¡Gaudencio! —No te exaltes...; eres mi hermana. .. —Sí; hermana... ¡Gaudencio!... ¡Gaudencio!. .. No soy ya Gaudencio. Me llamo el P. X. Pero tú fuistes mi salvación y serás siempre mi hermana. —Se hizo lo que tú quisiste... Tú me empujastes por este camino donde me encuentras hoy. —Se hizo la volúntad de Dios. El nos encuentra en todos los caminos y nos brinda la felicidad en su amor. Ni tú ni yo hemos hecho más que obedecer para ser fe- lices, según el querer divino... Eres feliz, ¿verdad, An- gelita?... Así se lo pido a Dios. —Lo soy en cuanto cabe en la tierra. —Pues yo te declaro que hablaba verdad el real pro- feta cuando cantaba: Es mejor un día en la casa de Dios que mil en los tabernáculos y tiendas de los pecadores. Nuestros lectores quedarán asombrados ante la escena que acabamos de reproducir, y para comprender el en- lace de los hechos de esta historia, vamos a dar una ex- plicación. Después que Gaudencio se escapó de su casa, ante el

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