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A ma ==48%.— nos la saya, que es negra; en la cabeza se le ve un rosetón o cosa parecida. Al presentarse la niñera, el religioso le pregunta si es- tán en casa los señores. Entra a avisar y vuelve con el recado: —Están... Pase usted... En una salita adornada de cuadros de paisajes, hay un par de butacas y varias sillas. Se ven hermosos adornos con una sencillez que encanta. A un lado de un piano nuevo todavía hay un taburete y unos libros de estudio de música. El religioso ha curioseado en los libros y ha encontrado señales de ser conocidos por él. Llega una señora joven, de una belleza sorprendente, Viene sonriendo, agradable, atenta. Al ver al religioso se contrae; deja vagar un poco la imaginación en busca de recuerdos y fisonomías, pero el hábito religioso y la bar- ba poco cuidada imposibilitan toda reconstrucción. —Muy buenas tardes, hermano—dice ella. —Muy buenas, señora. ¿La señora de Gainza? —Para servirle... Tenga la bondad de sentarse. Y le indica una de las butacas. —¿Sin duda, no me conoce usted? —He tratado de adivinar, pero imposible. ¡Hay tan- to religioso en Bilbao! Pero eso importa poco, hermano. Usted dirá lo que necesita. Supongo que traerá alguna postulación, ¿verdad?—añadió, sin dejar su sonrisa fran- ca y agradable. —No vengo precisamente a eso... Usted me va a per- mitir que no le diga cómo me llamo, porque los religiosos. —Ya lo sé. También vienen aquí algunas hermanitas cuyas reglas dicen que les prohiben declararse; no dis cuto la prescripción, pero es bien rara.

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