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251 — Años después Ha cambiado completamente la decoración de las fa- milias que intervienen en esta novela Hace seis años desde que Gaudencio firmó aquella carta a su padre desde su retiro. En Bilbao, sobre aquella floración del jardín de Paco, se han producido nuevos brotes de flores exquisitas. En la hora actual, en uno de los ángulos del jardín, con sus pisos tan cuidados y arenados artísticamente, juegan dos bebés de unos tres años el uno y de año y medio el otro. Una señora, desde dentro de la habitación, golpeteando los cristales excita la atención y curiosidad de los nenes, riéndose ella maternalmente ante las miradas inocentes y alegres de sus hijitos. Los niños son de carne rosa: el uno lleva encrespado el pelito y tiene unos ojazos claros, an- chos y decidores. El otro parece una muñequita que se mueve artificialmente; parece algo enfermizo; tiene la cara blanca y el pelo raro, demasiado sedeño, como de li- no de seda, los ojos de jacinto. El jardín es un primor: a un lado está nevado de azucenas; al centro, un lindo surtidor se remata con una estatua mitológica. Acaba de entrar por la puerta del jardín un religioso joven, de barba negra, ancha la frente, firme el conti- nente, resuelto y familiar. Los dos niños se han asustado al ver el hábito pardo del monje y han corrido al inte- rior de la casa. Al sonido del timbre ha aparecido una jo- ven que acaba de prepararse para salir a la calle con los “bebés”: es la niñera; lleva trenza, un traje blanco, me-

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