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— 185— en la desgracia. Estuvo tres horas encerrado en su cuarto. Después preparó un poco de ropa. Sin decir nada a nadie más que a su hermana María, se ausentó del hogar, se ocultó de entre los hombres. A veces había creído que Angelita acabaría por enloquecer cuando le veía a sal- tos y desencajada por los corredores. Luego temió que la niña tomase una de esas terribles orientaciones que son un girar redondo en el gozne del destino. También él pensaba que en la vida, por bella que sea, no hay alegría sin un inesperado dolor; que la única alegría perdurable y sana es la que no se puede arrebatar del alma. .. Allá en el fondo del jardín el surtidor desgranaba sus perlas. Su perlar fresco en el aire quieto de la tarde ha- blaba de frescuras y perlerías nuevas. Doña Martina decía a sus hijos, todavía pequeños: —Así es la fuente de la vida; como esa agua que sube al cielo y es pura y es fresca. Siempre que pasaba por el jardín daba gracias a aquel surtidor por el buen pensa- miento que le inspiraba. En el reloj de la torre parroquial suenan cinco campa- nadas. Apenas se apagó la vibración de los primeros golpes anunciando las cinco, suena otro reloj agudamente en la casa consistorial... Las campanadas últimas en- filaban lentas, como si quisiesen interrumpirse, cansadas. —Así han venido—musitó la señora—; así, unas tras otras. Bendito sea el Señor, que será para nuestro bien, La única razón de vivir no es el de vivir. La alegría misma con que se vive tiene su medida. Mis chicos nunca esta- ban tristes, radiantes de amor vivían ¡Qué hubiera sido de ellos sin ese surtidor que canta mirando al cielo! ¡Y que canta tan bien! Las desgracias son patrimonio de la vida; el más feliz tiene que envidiar horas de luz;
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