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IE E F 1 — 182— Como ocurre de ordinario, en los pueblos pequeños, tomaron bulto las habladurías de las “chismógrafas” de oficio respecto a las intenciones de la niña. María se casaría ahora con el notario. Ella había manifestado quererle antes de entablar relaciones con Paco. Otras suponían que por no sufrir otra semejante decepción permanecería para “vestir santos”, viviendo en su hogar bien querida y bien hallada. No faltó chismógrafa de vocación que se llegase al torno de las monjas de Santa Clara para dejar volar por los claustros religiosos que María había indicado a su confesor que hiciese las dili- gencias para que pudiera ocultarse pronto entre los plie- gues del velo monástico de Santa Clara. Mientras tanto, las aguas del pensamiento de María no salían a flote; pero el pueblo es una masa tan dócil que una improvisada profetisa puede hacerle comulgar con ruedas de molino. Hay palabras y cosas que se re- cogen “por sonar como suenan”, aunque carezcan de realidad y sentido. Hay sonidos de una sugestión univer- sal en la esfera vulgar de la vida. Las únicas palabras que pronunció Marichu respecto a su situación son las que dijo en casa de su amiga ante un corro de chicas que fueron a hacer tertulia. María dijo: —Desde que dejé mis ilusiones ya no soy flor para un tiesto de salón y soy una adelfa por lo amargo de sus hojas y lo fatal de su perfume. A lo que Angelita contestó: —Una adelfa florida que muchas envidiarán.

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