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a EA iS. mana me confortan el alma—contestó María, agrade. cida. Llegó mamá y besárdola cariñosamente en aquella frente que semejaba un ala de paloma blanca y pura, le dijo: —Marichu, esto parece mucho y no vale nada. Siem. pre la rectitud del alma santificó tu conducta. Sin du da el camino que ibas a tomar no te convenía... La mi- sericordia de Dios nos visitó muy a tiempo. . —Ya no volveré a aquel jardín lleno de flores... Ya no tendré ese soñado mayo de las bodas. Al levantar la mano para plegar un poco el pelo, vió el anillo de oro que Paco le había regalado. —¡Arráncamelo, Angelita! —no quiero que me manche —exclamó. El óleo dulce de las palabras de su madre calmó su es- píritu... —Mamá: ¿dices que esto noes nada? —Nada, hija mía. Es una bendición de Dios más que otra cosa, Me horrorizo con pensar que ibas a ser mujer de un. delincuente. —¿Y por qué había de ser delincuente? ¿Quién lo sabe?.. De todos modos “aparece” delincuente y yo no puedo ser suya —Serás de otro, hija mía. —Oyeme, Angelita. Y acercándosele al oído, musitó unas palabras en si- lencio y añadió en voz clara: —¿Quieres? —NOo estás para pensar con reflexión.
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