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> pa la impresión fatal. En el cuarto de María no entra na- die más que mamá y Angelita. Habíase creído que la: de- presión orgánica, después de la primera sacudida ner- viosa, sería duradera; pero se notó que al segundo día dejó de llorar y que podía conversar con cierta serenidad. Angelita no se apartaba de su cabecera, fijos sus her- mosos ojos en los de su amiga, pensaba. Asida con su diestra mano la siniestra de María, le enviaba de vez en cuando una sacudida de cariño con un apretoncito sig- nificativo. Cuando la vió en calma y con bastante sere- nidad, la interrogó: —¡Marichu! Ella la miró con todo el corazón, poniendo en la mira- da todo el agradecimiento de su alma. ¡Marichu! Un ¡ay! que de lo profundo del corazón le brota ele- va su seno en un amplio y prolongado respirar. —Todo ha terminado para mí-—exclamaba la pobre enferma. Durante los días la casa estaba sumida en silencio como si todos durmiesen. —¡Ay, Angelita mía, Angelita míal—se me acabó la única razón de vivir... —No digas tonterías, Marichu. Cualquiera dirá que no valemos para nada. —¡Papá! ¡Mamá! ¡Dios mío; qué golpe! —Oyeme, Marichu. Ante nuestros ojos el hombre no debe tener más valor que nosotras mismas. Tú eres an- tes que él —dijo, pasándole la mano por su rica cabelle- ra de ébano —Tu presencia me hace feliz... Tus palabras de her-

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