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A A —Demasiado sé ya para aburrirme. La muchacha cerró la alcoba y avisó a doña Martina la actitud del chico. . Doña Martina entró en el cuarto enojada: --Pero, hijo mío, ¿en qué estás pensando? Es preciso tomar una resolución contigo; tiempo hace que sólo pier- des días y semanas sin nada de provecho. No te preo- cupan los estudios. —Mamá, ¡si ya me sé lo que me enseña el profesor! —Le voy a decir que te aumente el estudio y que te vigile. Gaudencio empezó a vestirse somnoliento. La cabeza pesada, los ojos turbios. -——¿Estás enfermo, hijo mío? —No, mamá. Pero la madre observó al hijo y parecióle preciso cam biar la vida o el método, y para eso habló con el padre del niño. Era éste un hombre de un temperamento educador; pero, hombre muy ocupado, no podía vigilar a sus hijos más allá de su hogar. Por lo demás, era exacto en el cum- plimiento del deber, generoso con los hijos; era modelo en todos sentidos. Jamás en aquel hogar se oyó una ré- plica de un hijo; jamás se notó una alteración en el mo- vimiento normal de relaciones. El mismo jefe de familia dedicaba las noches a dar las primeras lecciones de solfeo y de versificación, a Gaudencio sobre todo, y a los demás hijos. Aquel día en vez de la lección correspondiente llamó el padre al hijo y le dijo: —¡Gaudencio! — ¡Padre!

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