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— 173— —Mañana vamos a comulgar juntos en acción de gra- cias, Angelita y yo —¡Dichosos! Eso es lo que no pudo conseguir de Paco. Hasta mañana. Voy a acostarme temprano. Cuando se hubo marchado Paco, a las 11, llevaba re- comendación de María para que otro día viniese prepa- rado o con tiempo para comulgar también juntos, cosa muy cristiana, a fin de conseguir mejor la bendición del cielo. En efecto, Paco volvió a los ocho días, pero adujo un nuevo pretexto para no comulgar. —En todo me das gusto menos en esto—increpóle quejosa María. —Lo haremos el día de la boda. —Aquello es obligación y casi compromiso; yo quisie- ra un acto como ese que hicieron Gaudencio y Angelita para pedir la bendición de Dios. —Son mis ocupaciones que me lo impiden, María. —Tu principal ocupación ahora debería ser el darme gusto en esto único en que estoy interesada. Todo fué en vano. Paco era un hombre ya de 25 años entrados; hijo de un industrial bilbaíno que tenía varias fábricas y, según corría versión, hacían fortuna. De familia modesta en su origen, piadosa en su culto religioso, tenía incluso un her- mano Agustino en Manila. Particularmente practicaba poco; pero era respetuoso con los principios religiosos de

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