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159 pués que se case María se hará eso otro, Dios mediante. Mientras tanto, Gaudencio terminará su carrera. Efecto del golpe que sufrió en la enfermedad de su marido, la madre de Angelita había quedado tan inútil que ni aun pudo abandonar su lecho para cerrar los ojos de su esposo. Una parálisis parcial le impedía andar. En un carrito tenía que sacársela a tomar el sol en la ga- lería de su casa, y desde una sencilla cristalería contem- plaba los viejos solares y las viejas tierras arrendadas ahora a manos extrañas. Angelita era esclava de su mamá una vez enterrado su padre. Apenas podía dar un paseo largo; frecuentaba poco la sociedad. Las amigas iban a su casa a hacerle compañía durante la noche. María vivía ahora con ella como ella antes vivía con María, porque los cuidados de la enferma y la soledad ponían en la frente de Angelita sombras siniestras. Perdió el frescor antiguo; ya no era “la fuente de charla” que solía, ni “el rayito de luz” que todo lo alegraba. Trabajaba durante la tarde sobre una mesilla de nogal, con un mantelillo blanco encima, rmran- telillo muy bordado, lleno de encajes; en el centro un cestillo. En aquella misma mesita merendaba tomando las frambuesas frescas con sus deditos de marfil, que de- jaban de trabajar para gustar de la fruta. Aquella tarde María no pudo escribir a Paco en su casa y requirió de Angelita papel y pluma. Levantó un poco el mantelillo y se puso a redactar su epístola delante de su amiga.
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