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155 — La carta es del 15, hoy estamos a 17 y me dice: tal vez cuando recibas esta carta habrá muerto. D. Florencio llegó aún a tiempo. Era el único hermaro varón de D. Andrés, y Angelita no tenía hermaros ma- vores. De suerte que era indispensable que el canónigo se hiciese cargo de las cosas del difunto para que queda- ran en orden y presidiera el duelo, etc. No se puede decir cómo quedó la niña durante la en- fermedad y después de "a muerte de su querido padre, acaecida a causa de una neuritis retrobular que los larin- gólogos no supieron combatir a tiempo. María la acompañó durante el tiempo de toda la gra- vedad y ella le cerró los ojos al pobre difunto, porque Angelita sentía terrible; desmayos y sollozaba - lasti- mosamente. El canónigo, que llegó el mismo día del fa- llecimiento de D. Andrés, apartó a la sobrina de la cabe- cera del moribundo. Ella se le agarró al cuello tan fuer- temente que tío y sobrina permanecieron alejados del moribundo. No quiso el canónigo que la niña presenciara la muerte del padre y la entretuvo cariñosamente, dejan- do a María al cuidado de los postreros momentos. Ella, pues, cerró los ojos al buenísimo D. Andrés, que, perdida la vista, no veía; sólo pronunciaba palabras leves, im- perceptibles, con el nombre de su hija. Quedó el cadáver cubierto con el hábito de Terciario de San Francisco, que mandó traer Angelita del convento de Torna. El padre Serafín, que le atendió al moribundo, después de rezar las oraciones de la Iglesia sobre el cadá- ver, se acercó al grupo dotoroso de tío y sobrina, que

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