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a Ae KE nr FA od Y levantándose del asiento se le acercó para echarle los brazos al cuello. No tenía el gusto de conocerle, pero he sabido de usted muchas veces—dijo, riéndose.—Muchas veces, sí. Poca cosa soy para que usted se ocupara de mí. -Pues sepa usted que cuando usted viro a estudiar y sure ciertas cosas, propuse a su papá que viniese a ri casa, pues en ella tendría una modesta mesa y un hu- milde cuarto; pero su papá ro accedió. Quería dejarle a usted libre para que se formase hombre en las luchas, y por no hacer presión en su ánimo de usted. ¿Cómo presión? ¡Claro! Si vivía usted en casa de un canónigo, pri- meramente usted podría sentirse cohibido; tal vez ter- dría que practicar ciertos actos religiosos por fuerza, y quién sabe si sería motivo de alguna cuchufleta de parte de sus compañeros, ¿eh? —Gracias, D. Florencio. Yo venía a darle una mala noticia, triste... No hay muchas buenas que digamos en la vida. Me escribe mi hermana que estando enfermo el papá de Angelita, le escribió a usted y que se encuentra preo- cupado sin su contestación. z ¡Caramba! Casualmente me mudé hace cerca de un mes y el «artero... —Que pondría un telegrama aquella misma tarde. —Yo tengo la culpa, caramba; porque no pensaba yo en eso, y todavía no he avisado a correos. ¿Qué ocurre, pues? Que D. Ardrés está desahuciado hace días y Ange- lita suplica que vaya usted. —¡Cómo no! Hoy mismo. ¿Sabe usted si ha muerto?

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