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una carta de Marichu que le escribía por orden de An- gelita, en súplica de que se llegase a la calle del Prior N.* 740 para avisar al canónigo D. Florencio de la grave- dad del enfermo. D. Florencio, según le contaba María, era hermano del paciente y, por tanto, tío carnal de An- gelita. Esta era hija mayor de D. Andrés, y al escuchar de los médicos que su papá tenía pocas esperanzas de cura, escribió a su tío, pero no recíbía contestación. Al aproximarse el triste desenlace, temiendo que las cartas pudieran sufrir extravío o estar ausente D. Florencio, suplicó a María pusiera aquella carta a Gaudencio, cer- tificada, y de paso un telegrama al tío. Gaudencio des- onocía el detalle de tal parentesco entre el canónigo y Angelita, pero el canónigo era bien conocido y voló in- mediatamente a su casa. No vivía en la calle Prior 740, porque hacía un mes que se había trasladado al Semina- rio. Allí encontró a D. Florencio, un canónigo por opo- sición, de unos 46 a 50 años, ni gordo ni flaco, sonriente y benévolo, bajo más que alto, de pocas palabras pero cordiales y francas. El pelo se le había ausentado por completo y lucía una calva perfecta con el cabello casi como detrás de la cabeza y a los lados de ella. PE > Se presenta el canónigo en el salón de recibo, muy cordial. ¿Qué se le ofrece, amigo? —Vengo en nombre de mi hermana; no sé si usted la conocerá, y de su sobrina Angelita. ¿Su hermana? ¿Quién es ella? María X. -Perfectamente. Entonces ¿es usted Gaudencio? Para servirle. —¡Caramboles!

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