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- 150 — al fondo del alma de Gaudencio. En cambio, Ortúzar se moría de miedo y de pena en aquel lugar En un momento de verse solos, díjole a su amigo: Vámonos, Gaudencio, que se me viene encima todo esto. Vámonos a galope. Aquí sólo pueden vivir O los poetas o los muy místicos. Gaudencio, meditativo y cordial, repuso: ¡Chico! Si hay otra vida, como debe ser verdad, ros lucimos. Esto es sencillamente sublime. El paisaje, e] mar, el cielo, el canto del infinito número de aves; esa música orquestada del mar y de las olas. Este silencio tan decidor; esta soledad tan poblada de rensamiento ¡Vamonos, chico! Será para ti; te la regalo. Despedíanse los jóveres con una infinidad de gracias al padre superior, cuya afabilidad ponderaban ertonces y después. —Adiós, hijos míos—dijo él.—Siento que hayáis ye nido tan sin tiempo. Volved pronto a ver esta maravillosa soledad. Aquí el alma se purifica de la escoria murdaral: aquí todo habla del cielo. Sobre todo vosotros, los uni: versitarios, necesitáis hablar de cuando en cuando con estos armoniosos silencios que tanto dicen. El coche desanduvo el camino con una velocidad pas mosa. Nuestros viajeros pudieron llegar cómodamente a Santander para ver la última salida de los botes en las regatas. Ortúzar se deslenguó ponderando el paisaje visto, las escenas presenciadas. Tuvo algún amargor de frases porque a los niños se les obligaba a ir descalzos, pero ponía su atenuante: era una indicación de la higiene. * No podría tolerarse en una urbe moderna; pero en una

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