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149 - de Jesús, con el mote: “Vuestra Providencia y mi fe mantendrán esta casa en pie”. Sentárorse los dos jóvenes en un sofá bastante anti- cuado. El techo bajo y nada artesorado ro ofrería mo- tivo de conversación a los viajeros que ro hacían otra cosa que mirarlo. En un cuadro grande, policromacdo, se veían figuras de todas las clases sociales, uras con coronas, otras con púrpura, éstos con capelo de Cardera- les, aquéllos con tiara de Pontífices. Había representa- ciones de todo linaje y de toda condición social. Un ár- bol genealógico que subía de un encapuchado cuyos trazos lo sostenian, daba a enterder que era una his- toria de la orden. Lo era, en efecto. Apareció de nuevo el reverendísimo con una bandeja de pastas y un riquísimo refresco. —¡Magnífico! El religioso, aunque de categoría superior, no se des- deñó de hacer aquel amigable oficio con los jóvenes. Y bien ¿de dónde venís? Hemos venido a Santander a ver las regatas, y de paso—dijo Gaudencio—quise ver a mi hermanito. —Ahí lo tienes hecho un freilecito; y, lo que es más, hecho un Orador. Vamos, X, encarámate sobre esa silla y declámales algo. Pero no les vayas a convertir, ¿eh? ¡Cuidado! —dijo con una cariñosa sorna de confianza paternal. El frailecito declamó un discursito que, según dijeron después a sus amigos los visitantes, querrían rara sí muchos universitarios La austeridad del ambiente. entre solitario y místico; la bondad cariñosa del superior; la manifiesta cultura educacional del colegio; la meditación interna, todo ¡iba

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