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A A AR 58 — -¿Y los pies descalzos? Es muy higiénico por el sudor y muy sano: evitamo muchas enfermedades. ¿Por qué no me saludaste al pasar junto a mí? No te vi, porque íbamos rezando. No me figuraba esta visita. Se adelantó un poco para hablar con el venerable, y al volver: Subamos arriba, vas a conocer al Reverendísimo; se alegrará de verte. No; tenemos prisa. Me basta con haberte visto ¿Quieres algo para mamá? —Que venga a verme como tú, pero no así. Esto me apena más. Encima de una subida escalonada y áspera aparee un religioso de barba negra, de frente espaciosa y pen: sadora. Nos mira. Hace una seña al niño. Corre éste 4 obedecer. —¿Quién es ese con quien hablas? —Mi hermaro. —¿Tu hermaro? Bajó las escaleras el buen sacerdote. Y con una efusiva demostración de afecto extiende los brazos: > —Por todos los santos del cielo, subid a tomar un re- fresco—ros dice. La sed que sentían era para aceptar cualquier cosa. El sol había caldeado durante todo el día el ambiente. Toda la atmósfera parecía encendida. La brisa de las marismas se hacía doblemente agradable. Subieron al recibimiento. Un local pobre y angosto. A la puerta de «ntrada al convento, un inmerso “pinturón” del Corazón

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