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VA Percatado el profesor, averiguó quién fuese el autor de aquel hecho. Indagado, D. Nicolás castigó fuertemente al culpable. Mas Gaudencio al verlo castigado llenóse de pena y acercándose al profesor le dijo: D. Nicolás, no es Luis el culpable. Pues, ¿quién? Yo mismo, que por atolondrado me caí. Pero ¿quién te empujó? Se lo diré a usted si no le castiga. —El niño malo, de instintos fiero, merece castigo. Es preciso que aprenda a vivir en sociedad. —Deme usted palabra de no castigarle, y se lo digo. -Bueno, pues; palabra dada. El que me empujó fué Emeterio. Emeterio era un chico grandulón que teníá tres años más que Gaudencio, pero mucho menos corazón. Siempre buscaba ocasión de molestar a Gaudencio, desde que se vió la preferencia del profesor por él. Educado en un ambiente de mimos, por unos padres con pujos de ricos, el niño aprendió del ejemplo de los padres la manera de despreciar al que le hiciera sombra. Traía el orgullo del dinero y la vanidad de la casa. Más tarde, cuando Gaudencio, en la evolución de su vida, hizo un viaje a América, se encontró con Emeterio en el buque Montevideo, de la matrícula de Barcelona. Ya no era orgulloso y altivo. La desgracia, que es la edu- cadora de los soberbios, hizo a sus padres “ahuecar el ala” y contraerse. Emeterio estaba empleado en el comedor de primera del buque. Avergonzóse un poco al principio, al ser reconocido, mas luego trabó plática libre y charla confiada con Gaudencio y le contó lo que sigue: “Cuando tería 16 años perdió su padre la fortuna. A los veinte
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