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A A A aaa — 136— Vivo loco. —Pues a los locos, palo. Y con un mohín delicioso, enseñando sus dientes como perlas y amenazante la diestra, se alejó Marichu. Gaudencio quedó mirándola, hecho estatua. Marichu volvió un instante después y le cantó al oído: Un pajarito volando lleva en el pico un letrero con letras de oro que dicen: Soy del amor prisionero. Gaudencio;/ al ver a su hermana cerca de su cara, al sentir el perfume de sus labios de rosa, levantó la cabeza y le estampó un hermosísimo beso en mitad de la frente. Para ella—dijo. Y Marichu, poniéndole la mano en la barbilla para sujetarlo, le imprimió otro no menos hermoso en la mis- ma boca, diciendo: -—Esto para ti. Y se fué de puntillas. Gaudencio saboreó con fruición fraterna el cariñoso goce que le proporcionara la hermana. ¿Por qué no había de ser ella?—pensó.—Me voy a volver loco—añadió recordando aquella terneza: Amores, amores tengo, no los quisiera tener. Que un hombre se pone tonto en queriendo a una mujer. Para grabar esta idea y enviársela a “ella” en la pri-

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