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e Mas otro día reprendióle por la desatención que re- velaba en la lección del encerado: —D. Nicolás—díjole el pequeño discípulo.—No quiero aprender sino con usted; estos chicos no enseñan más que muecas. El profesor quiso replicarle por osado y contestón; pero Gaudencio repuso: —Si usted quiere, yo me iré a casa, pero no quiero aprender cosas malas. -¿A qué llamas cosa mala?—-instó el maestro. A eso que hacen los chicos con la boca y con las narices, metiéndose los dedos. -Pero tú no debes hacer caso de eso, sino de la lección. La lección me la dará usted mejor. —Pero yo no puedo hacer todo siendo como son, mu- chos. —Pues, yo más quiero no ver esas cosas malas. Bueno, hijo mío; desde mañana te daré yo mismo las lecciones; ahora vete a casa. En efecto, desde el día siguiente, Gaudencio tuvo lec- ción aparte. Fué ésta la época en que empezó a fijar la atención en las letras. IV Otro día, al salir de clase cantando como entonces se solía, la “Salve”, uno de los chicos le dió un empujón y lo arrojó al suelo, resultando Gaudencio con una me- jilla ensangrentada y sangrando también por las narices.

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