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SE — cariñosa! Tanto como nos pierde el aliento sensual y corrosivo, otro tanto nos salva ese otro aliento de ángeles que se hacen cargo de lo que llevamos dentro y sin matar salvan. —¿Quieres que vayamos por la tarde a preguntar cómo se encuentra? Ella se alegrará, seguramente. -No. No quiero rebajarme a eso. Me han dicho tres veces que no está en casa. —No te asombre: yo tampoco estoy en casa muchas veces, cuando estoy en ella muy ocupada. —¿Harías eso con Paco? —No te pongas en su lugar. Lo nuestro es un hecho y lo vuestro es una amistad de jóvenes que se conocen y se quieren como dos hermanos. —¿Nunca te ha dicho ella otra cosa que eso? ¡Qué otra cosa me pudiera decir! —Recuerdo una frase que me ponías en tu carta desde Borgoña. Me decías que Angelita “tenía su corazón fuera de sí”. ¿Dónde crees que lo tenía? —Pues en cualquier parte. Generalmente en Dios. —Y en mí... Me lo tiene dicho ella misma. Ella misma me ha confesado que el día que fuí a confesarme con vo- sotras había entrado en su corazón. No dudes que me ama... También te amo yo y con verdadera locura, y ca- riño, y frenesí, y todo lo que tú quieras. —¿Ves? Ya nos llaman a la mesa. Vámonos a comer; yo todavía me tengo que preparar para la mesa. Ya ha- blaremos por la tarde. A mediar estaría la comida cuando el hermanito de Angelita llegó a buscar una cartera de su hermana, que estaba en su cuarto.

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