BCCPAM000R09-1-25000000000000

A A e eA PAEZ ADO también y se poetiza con el brillo argentado del paso de la señora de la noche sobre el cielo. Para oir cantar a las aguas de grifos y arroyuelos nada más propicio que la noche iluminada. Las vellones de nubes que por allá arriba forman obeliscos y fantasmas y que al pasar la luna por encima se platean y abrillantan declarando su ficción; simbolizan la vida; la vida en la noche del mal. En el aire levantamos castillos, arabescos, y la pálida iluminación de una hebra de luz de fe lo deshace todo. Hay seres que durante estas noches están dormidos de cuerpo y alma y los hay que velan con alma y cuerpo. Gaudencio salió al jardín. Se creyó solo, muy solo, con la oscuridad, con las estrellas, con las flores dormi- das. Se paseó breves instantes; luego se asomó a una fontanita para oir cómo reía el agua; después se sentó en un banco, apoyando la cabeza sobre el brazo; las pier- nas cruzadas, los ojos clavados en la Osa Mayor, el alma columpiándose entre Angelita y María. Un claro del cielo dejó paso libre a la luna y extendió una alfombra de luz a sus pies. —¡Qué paz, Dios mío!-—articuló—¡Qué felicidad po- der gozar con entera confianza el don de la alegría!—me- ditaba.—¡Qué días aquellos! Y ¡qué días éstos! ¡Qué dos años más diferentes! ¿Qué significan las estrellas? ¡In- corruptibilidad! Belleza, claridad... Pocas veces la he- bra de oro de la caridad y del amor habrán aprisionado mejor un corazón. ¿A quién debo esta felicidad? A María y a Angelita. El joven, meditativo, medita en voz clara. Se cree solo y señor de todo el jardín. Por allá está la alcoba de Angelita. Tal vez en este momento soñará conmigo. ¡Quién pudiera sorprender

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz