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pu Después que Gaudencio salió de su enfermedad me- níngea, fué de nuevo llevadoa la aldea, donde se crió en- tre cabras y vacas lecheras, en la propia casa de María Antonia, a la vera de seculares castaños, de jira constante por los montes, en un ambiente completamente aldeano, pero sano. Así le lució luego la salud, siendo el muchacho más robusto y espléndido de la vecindad. Recordaba Gaudencio que la primera vez que fué a la escuela de primeras letras, lloró amargamente. No podía tolerar la sujeción del colegio. Aquella postura rígida que D. Nicolás reclamaba de sus alumnos, pare- cíale insoportable. Estaba constantemente distraído, mirando los cartelones de la escuela colgados de clavos viejos, con bastante polvo y no menos barniz sudoroso y sucio. Las mesas eran también viejas y cubiertas, pol no decir pintadas, de tinta. La plataforma, muy bu lo mismo la mesa del dómine, > gustábale al pequeño dis- cípulo escaparse del grupo y corro de niños y ponerst en la plataforma junto al profesor D. Nicolás, hombre de relieve panzón, de miembros gruesos, de estatura baja, de ojos grandes y de manos pequeñas Tenía el pedagogo el don de enseñar y el de hacer respetar. Tenía hacia Gaudencio afecto de padre o de abuelo, por esas corazonadas que no se explican sino por simpatías que inspiran ciertos niños. Un día hablando con el padre del niño, decía el bueno de D. Nicolás: “Gaudencio es un niño predestinado; no aprende nada, pero entiende más que los demás; es un ser de futuro perfecto.”

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