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—¡Chocholo! El monte no arde; parece que arde por que le pega el sol. Pues así ardo yo, porque tengo un sol delante y me abrasa —Quítate de decirme “chirenadas” —replica la moza, con un ademán como si quisiera pe garle. —Créeme, fuera de broma; un sol me abrasa. Aquella “gansada” en vasco tiene un sabor de exqui- sitez aunque dicha por un medio maqueto. Tengo una pena muy honda, muy honda-—expresa otro a su compañera -¿Pena de qué? De que no me puedas arrancar una espina. ¿Qué espina? -La espina del amor que te tengo, porque me mor ré con ella. Si yo pudiera te la arrancaría con gusto; pero. El mozo se quita la boina, se arrodilla ante la muchacha y poniendo la mano sobre el corazón le dice: Mira; aquí llevo el dolor que me causa la espina. Cógemela tú, que con sólo cogérmela me quitarás el dolor. ¡Quítate de ahí, embustero!—repone la moza. —El mozo se levanta, toma la mano de la moza y besándola dice: Sólo esta mano puede quitarme la pena que me mata... En esto se nota el cencerreo de una yunta de vacas que apartándose del camino quieren invadir el corro. —Esas vacas se extravían—dice una joven de tez lustrosísima, de una dentadura como teclas de piano, blancas y finas, aldeanita '““modernizada”

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