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E Horas alegres La romería estuvo animadísima. Gaudencio hizo unas piruetas magníficas. Parecía una palma con sus alpar- gatas blancas y su boina vasca y con aquel cuerpecito cimbreante, mimbroso, flexible, hecho a rodar en la can- cha tras de la pelota. Las aldeanitas no hacían más que poner los ojos en él. Bailó dos veces con Angelita y una con Marichu. Luego se retiraron a refrescar en una charla rumorosa, briosa de emoción y de gusto, una charla fresca y cálida —¡Cómo se goza en estas fiestas!—habló Gaudencio. —Este año estás de otra vena. Te chorrea genio por todo el cuerpo—añadió la hermana. —No tengo penas. Veo el horizonte claro. -Esa es la alegría sana. ¿Ninguno de estos jóvenes tendrá que llorar penas? interrogó aquél. —Penas las tenemos todos, porque vivimos en valle de lágrimas. La filosofía de la vida está en saberlas co- lorear de dicha, siquiera de resignación —dijo Angelita. Un grupo de mozas encarezadas con mozos pasaban por allí en aquel momento. Ya las chicas, aunque aldea- nas, no gustan de ir a la romería con albarcas; van con alpargatas blancas, la saya bien ajustada a la cintura; el pelo ensortijado; si recogido en moño y oculto en un pañuelo, ha de ser pañuelo de color rayado, bien plan- chado y con unos remates o puntas almidonadas. El seno cubierto de flores o azahares y en las manos plantas AAA ERA PA de ¡ : E li $ Í 4 E ;

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