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pañaba invariablemente Angelita, la muchacha más vistosa y más cabal de aquellas vecindades. Lucía el sol sobre su carro de grana todas las brillanteces de su ígnea cabellera. Las cimas de las montañas resplan- decían como planchas de acero bruñido. Los valles ver- deaban fecundos y esperanzados en la próxima cosecha. En los campos dorados de la cuesta de Kosnoaga se veía ondular cabeceando el trigal maduro. Un garrido mutill con otra más garrida nmeskacha, platicando ligeros y con paso precipitado avanzan. Más adelante grupos de parejas, ellas con sus pañuelos en la cabeza coronada de claveles; ellos con la blusa suelta, echada al hombro izquierdo, y con la boina tirada a un lado. Caminan hervorosos bajo aquel sol de Agosto; no sienten el fuego de arriba; otro más intenso llevan por dentro. Hablan en un patriarcal lenguaje chisporroteando donaires, agudezas. genialidades. Al paso de nuestros personajes se ve un gayán ocupado en el labrandío: —Andoni—nterroga Angelita—¿no vas a la romería? ara romerías estoy yo ahora. Ya sé que te casas; ¿pero tan pronto ha de ser? —¡Tan pronto! —Pues mejor que mejor, para que aproveche ella sus días de soltera. ¿Por qué no la llevas a la romería? La pobre está enferma. —Enferma ¿de qué? —¿Qué se yo? ¡De celos, oh! —¿Celos de qué? —Pues de mí, porque cree que todavía quiera yo a Dorotea. —Sí que la quisiste.— agregó Marichu. + e mw UG ANE ATA E PRA EE

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