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pintar unos monigotes. Pero todo vendaval deja sus grandes o pequeñas huellas. Y a pesar de la entereza de costumbres actuales, de cuando en cuando sentía Gaudencio como un mareo de amor. En una de las reuniones de jóvenes se trató de celebra un carnaval. Gaudencio fué uno de los más decididos de la idea. En la junta organizadora entró como vocal. Empezaron los trabajos preparatorios y con el ir y veni de cosas, nuestro hombre olvidó un poco el recuerdo de la querida aldea. Siempre que se discutía algún detalle improcedente llevaba la palabra Gaudencio. Proponía un miembro el asunto y si era escabroso, Gaudencio pronunciaba irremisiblemente: Eso me parece “im- procedente”. Es fama que antes de ultimarse los porme- nores de la fiesta nocturna hubo que discutir 35 ““impro- cedencias”. Al cabo ateníase a razones de la mayoría y se mantenía el acuerdo. Uno de los números infaltables era el baile de másca ras. Sobre esto levantaron la voz tres-vocales, pero pros- peró con el voto de cinco. Gaudencio hizo una moción sobre las personas “admisibles” o calidad de los enmas- carados. La opinión corriente fué: entrada libre, admisión incondicional. Objetó este acuerdo nuestro héroe por motivos de moralidad. Uno de los más avanzados díjole: ¿Qué nos vienes ahora con moralidades, Tenorio de primera edad? —Gaudencio se puso rojo y verde. Rojo de vergúenza, que ya la tenía, y verde de ira, por la ofensa que a un miembro de la comisión se le hacía. Inmediatamente presentó la dimisión irrecusable; pero fué recusada Nadie quiso admitírsela. No me importa—repuso;— yo me la admito. Si tuve

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