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tf j Pa AA ini ini icin di da ETT madre, he creído que la habían ganado a usted: qUe se había vendido. ¡Por los santos del cielo! Que jamás de los jamases vea yo entrar ni acercarse a mi pieza una mujer que usted no sepa que realmente es mi pariente. Era tal el imperioso ademán del mozo, que la buena de doña Clemencia se le quedó mirando como aturdida, No supo qué contestar. Gaudencio quiso descansar de la | lucha en el silencio. Volvió al cuarto, tomóla medalla de la Virgen que le pusiera al cuello Angelita y la besó tres veces, apretando bien los labios sobre ella. . ¡Angelita! ¡Ay! qué lejos estaba! Sí, ahora, después de la lucha, después del triunfo, es más bella, más her. mosa, azul y pura, como el cielo sereno y plácido. Carmelina, en cambio, es como un Tártaro encendido en llamas de impureza. Salió. Pasó por una iglesia. Se le ocurrió entrar. Un respeto humano momentáneo le detuvo. .. Pero reaccionó y pensó: —No debo tener miedo más que a esa sierpre. Angelita se alegraría de verme entrar aquí y rezar con ella... por ella y por mí. Entró. Era la ¡misma (iglesia ¡de fla capilla Dolorosa. Allá se fué derecho. Al ponerse de rodillas sacó la meda- lita para besarla. Moduló sobre ella un Avemaría “por ella y por mf”. Cuando terminó su paseo de alivio tornó a casa para escribir a Angelita. Se veía lleno de alegría interior, Requirió papel y pluma y redactó la siguiente epístola: Srta. Angelita A...—Angel mío: ¡Más que nunca lo fuiste hoy. Te escribo con sangre de agradecimiento,

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