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MAS: e úmico amor. Lo tuyo es de todos y de nadie. Tú no amas, negocias con el amor. La culpa es nuestra y tuya. Nuestra por necios y cándidos, y tuya por degenerada. Quede esto aquí y no oses ni recordar jamás el nombre de Gau- dencio: lo manchas. Supongo que todo eso lo traías aprendido de ella, pero no te vale. Tú robas la virtud como otros roban brillantes; tú eres carne; la carne se pudre. Se pudrió en mí y me hizo pasar malos ratos. Tú no eres la alegría ni el consuelo; eres como te llaman “la sierpe”. He aprendido a vivir un poco mejor porque he encontrado quien levantará mi amor sobre un altar. ¡Hemos terminado! Y con un movimiento violento salió del cuarto a tomar aire. Apenas podía respirar; el sofoco se le notaba en la cara, en los ojos, en la respiración, en todo. Salióse del cuarto y fué a inquirir a la patrona. —Petrona! ¡Doña Clemencia! No quiero que me quede nada dentro como simiente o germen de veneno. ¡Doña Clemencia! —gritó más alto ¿Qué ocurre? —Abra usted la puerta a esta señorita, Carmelina quería retorcerse en el cuerpo del chico Los ojos se le saltaban de furor. Como viniera la patro- na, disimuló: hizo a Gaudencio un gesto de venganza y salió. —¿Cómo ha entrado aquí esa muchacha? inquirió enél gico Me dijo que era prima tuya; que te buscaba de parte de tus papás para una noticia. —Pues mire usted. Con ser usted para mí como una A TEA

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