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E ES py ms Pc ni ai sap e e O Su pensamiento refugiábase en Angelita en los mo- mentos de tormenta y nunca falló el influjo magnético de ella. Cuando en medio de luchas morales y religiosas tenía que alternar en debates con sus amigos, pensando en Angelita se transformaba y brillaba su palabra. como brillan las estrellas al asomar el sol”. Ni sentía miedo de aparentar ser cristiano ni le ami. lanaba el espantajo del qué dirán para cumplir semanal. mente con su deber religioso. Tenía, pues, “grandeza y libertad”. Las primeras cartas iban y venían empapadas en amor, en dulce amor, en amor puro. Un día llamó a su pieza una mano femenina. La patro- na había permitido que aquella joven se acercase a su puerta. Abrió Gaudencio. ¡Oh sorpresa! Una joven de cabellos negros, de tez alabastrina, de gentil y descu- bierto talle. Era Carmelina, la misma sierpe. Gaudencio se echó atrás. Pero ¿cómo? ¿Quién? ¿Por qué? Nadie soy yo, ¿no me conoces? ¡Pero con qué autorización! No seas tonto. Vine a ver a tu patrona, y supe que estabas. No; imposible, márchate en seguida. ¿Te has vuelto hecho un San Luis? A ti debe importarte poco todo eso. No me ha de importar, hombre, ¡vaya una ocurren- cia! Nadie te ha llamado, nadie. La sierpe, sin dejarle terminar, miró en el cuarto. Un retrato sobre la mesa.

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