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De nuevo en la lucha Llevaba Gaudencio las mejores resoluciones y pro- pósitos para durante el año. Nada de juergas nocturnas; nada de amistades que engendren dolores como los pa- sados. Mucha voluntad para el estudio y honradez. Pero apenas llegaba el tren a X vió en la estación a Carmelina. Avisada por otros amigos, la coqueta corte- sanilla acudió a la cita de la llegada del tren. Gaudencio trató de evitar su encuentro. Sus ojos de gitana eran dos puñales. Su cuerpo era una sierpe. Pretextando ante sus amigos la falta de sombrero, dijo: —Tomo un coche cerrado y rápido estoy en casa. ¡Qué figura iba a hacer en pelo con vosotros de compa- ñía! Escapó, pues, de la sierpe. En casa sacó la medalla de Angelita y la beso: Así me besa ella en mi alma, añadió complacido. Será preciso pasar por la nieve y por el fuego, pero te juro, Angelita, serte fiel —formuló mirando un retrato de ella. En efecto, durante el primer mes la austeridad cato- niana del chico fué proverbial. El aliento de aquellos recuerdos dulces, de aquella voz pura y cadenciosa, de aquel mirar de inocencia y de señorío de alma le man- tenían firme * haciendo entre las nubes su pabellón lucir”. A e mc

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