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-Y usted joven, ¡una limosna por Dios! Gaudencio se hizo el desentendido. —Mira, hijo mío; te ha pedido por Dios, y aunque ya se lo he dado yo, atiende este consejo: nunca dejes, pu- diendo, de dar unos céntimos a quien te los pide por Dios como limosna; nada se pierde con eso y se gana mucho. A lo mejor es un haragán. —A ti no te debe importar eso. Te lo pide por Dios v tú se lo das a Dios de quien es todo lo nuestro. Gaudencio metió sus dedos en el chaleco y sacó una “perra gorda”. Tome, hermano, por Dios En Bilbao hicieron el trasbordo al tren de Miranda, en un coche, a causa del equipaje. El cochero, impaciente porque se acercaba la hora de salida del tren y hallaba muchos estorbos en el camino, “latigueaba” ferozmente. Los chasquidos hostigaban al ganado y en un arranque violento se le fué el sombrero a Gaudencio. ¡Para, cochero! —Es que no llegamos a la hora. —Anda, pues. Gaudencio iba a pelo. Llevaba la cabellera partida por mita. “1 pelo no muy crecido, pero abundante, era cas- taño. -¿Te importa ir así? —No, papá. Casi es una comodidad. El tren estaba a punto de pitear. Subieron rápidamente al andén. Apenas montó Gaudencio, sonaba la campa- nilla y poco después el silbato. De otro coche venían voces. ¡Gaudencio!. Pasa aquí. Eran los condiscípulos. No hubo tiempo. Arrancó el í ANS Pe Sn de y 14d y e . pe 4 $; y A TIAS q A a
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