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E miradas inquisidoras, alarmantes, deseando taladrar la sien de su hermana. Aquel nombre no había entrado en ninguna conversación, nunca sonó en ninguna confidencia. A él se le antojaba que era un nombre desconocido total- mente para su hermana. ¿Por qué se lo pronunciaba ahora en el momento crítico de la partida? ¿A qué obe- decía aquella llamada de atención? ¿Qué le quería decir su hermana? ¿Qué significaba aquella revelación? Gau- dencio querría detener la hora, parar el tren, caer enfer- mo, para dejar de viajar. No comprendía aquella salida de Marichu en aquel crítico trance de despedida. —María, me has acibarado toda la miel que llevaba en el alma. —No te asustes, hermanito. ¿No me conoces ya? Nada temas. Quedo en vela. —;¡Oh, cuántas olas tiene el océano del mal!-—murmu- raba para sí Gaudencio. El tren tenía que pasar por un paraje visible para An- gelita. En una extensión de kilómetro y medio se ve in- cluso la verja del jardín de su casa, viajando en el tren en dirección a Bilbao. Gaudencio lo sabía. Asomado iba a la ventanilla, pero nada vió en casa de Angelita. Ansioso volvió a mirar para distinguir algo, pero nada. Dilató las pupilas cuando se esfumaba en el horizonte el caserío y tampoco. De pronto una algarabía de voces al nivel de la vía; era Angelita con su hermanito, que salía al paso del tren. Gaudencio brincó en el asiento; le brincó también el corazón. Desplazó el busto por la ven- tanilla y dió con la carita rosa y morena de Angelita, que masticaba en la boca las hojas de una rosa. Al ver a Gaudencio se la arrojó violenta, tierna, vehemente; le salía del alma. A A O A Penis E Pm A

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