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e rácter, necesitamos orientarnos debidamente para mejor apreciar $u providencial misión. El siglo x1x presenta €n su fisonomía rasgos muy pronunciados que sirven de augurio a muy contrarios pareceres. Una cosa es, sin embargo, incontrovertible, a sa- ber: Que venía cargado de teorías filosóficas racio- nalistas inculcadas en la Revolución, y que en alas de su racionalismo traía la subversion de todo or- den... Las convulsiones sociales y religiosas del período napoleónico repercutirian por mucho tiem- po en las esferas sociales. Confesemos desde luego, que la aurora de este siglo gigante apuntó entre negros nubarrones, como hemos ya consignado al relatar los sucesos pasa- dos. En una palabra: nos atrevemos a afirmar, que vistas todas las cosas, y desde la cumbre en que ya estamos, se comprende que el espíritu de propaganda había de caracterizar y caracterizó de hecho al siglo x1x... Ved, ahí, porqué el apostolado de la verdad ocupaba su puesto de honor en el seno de ese mundo que se nos presentaba después de las derrotas del ambicioso corso y de restituída en Roma la armonía de su legítima autoridad (1). «El bien y el mal, ha dicho un historiador, son seme- jantes a los minadores y contraminadores de una plaza sitiada; se están encontrando en todas direc- ciones... Cuando el movimiento proselitario de la (1) Permítasenos consignar también, que aunque las Potencias reuni- das en Paris nada resolvieron acérca de los Estados pontificios, el Con- greso de Viena restituyó al Papa todos los Estados de Italia, con ligeras excepciones. (Hist. de los Papas, por el conde de Beanfort, tom. Y. p. 285).
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