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nn? E us había conocido en Roma y de quien se mereció generosa y caritativa protección en la penosa re- clusión en que se hallaba. Mns. Ginnasi y el conde Alejandro, su hermano, hicieron los posibles para proveerlos de todo, haciendo así que fuese menos dolorosa su prisión. Empero llegó esto a conoci- miento del Gobierno y prohibió las visitas que re- cibían los prisioneros, y a fin de quitar toda ocasión de que llegase a ellos otro alivio que el mísero oficial, los trasladaron a la Roca de Lugo, lugar soli- tario e inaccesible. De nuevo se les privó de decir Misa; pero el caritativo prelado Ginnasi suplía este piadoso y consolador acto, distribuyéndoles el Pan de la vida, hasta que un mes más tarde se autorizó a tres de los sacerdotes presos para celebrar... Una carta de la condesa Lucrecia Ginnasi revela bien a las claras el alto aprecio y estima que Ggs- par conquistó en Imola con su admirable conducta. Copiada literalmente, dice así la referida epístola: «El dignísimo canónigo Gaspar del Búfalo, en su deportación de Imola dejó ver el grande ánimo que encerraba en su pecho €n perdonar las injurias y en corresponder con buenas acciones a las ofensas que recibía, a tal extremo, que se alegraba de ser despreciado por amor a Jesucristo. Convirtió la cár- cel en una Comunidad religiosa, extendiendo su horario a sus compañeros de infortunio, que esta- ban orguilosos de imitarle. Los de Imola admiraron las heroicas virtudes de los detenidos, señalada- mente las de Gaspar, gloriándose por eso, de ofre-
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