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A. la despedida del hijo quedó transida de pena y mi- nada en su salud. La ecuanimidad de espíritu y su alentadora paz en el porvenir, según la voluntad divina, recibían un tinte de sangre cada vez que tenía noticias de la enfermedad que su querida madre venía padeciendo. Es verdad que aquella mujer como su marido debía ser de la madera de los héroes, cuando a los que la hablaban del destierro de su hijo contestaba: « Estoy más contenta de morir lejos de mi hijo, que de verlo en Roma después de haber prestado el jura- mento ante los enemigos del papado». Peto, con todo eso, la naturaleza se inclinaba, se desplomaba bajo el peso del dolor, porque nunca se arrancaba de su pecho la saeta de la separación tan violenta y cruel... El dolor, como'una lima sorda, iba gas- tando su ser, y a fines de Mayo de 1811 era vícti- ma de una languidez de muerte que le hacía excla- mar: «<Veré a mi hijo en el Paraíso, hágase en todo la voluntad de Dios». Así, conforme en todo al querer de Dios y confortada con los Santos Sacra- mentos finó santa y virtuosamente el 20 de Octubre del mismo año. Al saberlo Gaspar, sintió tal pena, que le venía de la tumba pavorosa y sombría de la muerte un río de amargor. Escribiendo a la religiosa Tamini el 2 de No- viembre, le decia: «Me ha sobrevenido la más dolo- rosa de todas las tribulaciones, a saber, la pérdida de mi madre. La conformidad a la voluntad de Dios Sn on rias me e MEA ciad RCA da als A A a Dt, PE
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