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> ron de sus enseñanzas en tanto grado, que uno de ellos llegó a ser arzobispo. de Urbino. Dió, también, conferencias a los jóvenes estu- diantes, bajo la forma de lecciones escolásticas, excitándolos al amor a la Religión y a la venera- ción del Romano Pontífice, tan ultrajado en aquella época por el orgullo de Napoleón. No se contentó con ejercer un apostolado oral. Sabiendo que en las Universidades se exponían teorías materialistas y erróneas, empuñó el estilete de la pluma y escribió contra tamaños errores, refutándolos con valor y acierto y ordenando la circulación de su trabajo entre los estudiantes. Acuérdese ahora el benévolo lector del Orato- rio de Santa María en Vincis, y permítanos vol- ver a él para ocuparnos del que quedó a su frente, el bueno de Bonanni. Aquella Institución parecía llevar en su seno el germen de la fecundidad de las obras de Dios. Los sacerdotes que la frecuentaban pensaron en reunirse en vida común a impulsos del mismo Bo- nanni. Su objeto era derramarse por doquiera para dar misiones y catequesis, y como su presidente actual era devotísimo de la Preciosa Sangre, se pensó en bautizar la naciente obra con la denomi- nación de la Sangre Preciosa. Mientras esto ocurría en Roma, sin acuerdo pre- vio ni inteligencia mutua, agitaban en Bolonia el ánimo de Albertini los mismos pensamientos y de- seos. Bajo la sugestión de la profecía de que se ha

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