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RS CE mantener perenne el fervor y acendramiento que sintió en la Primera Misa o en el momento de su elevación a tan alta dignidad. Era de ver luego, cómo resplandecía aquel fer- vor y aquella piedad en el acto de la celebración: con qué recogimiento y compostura, con qué exac- titud de ceremonias, con qué fe y suavidad decía las oraciones... Pudo decirse de él lo que Santa Teresa de Jesús confesaba de sí, es a saber: que por la más pequeña y menuda ceremonia o rito de la Iglesia, daría toda la sangre de sus venas. Tiene el sacerdote sobre lo dicho un deber su- premo, ordenado a alimentar cada día su piedad y devoción; es el rezo divino. Decir ahora la veneración y cariño fervoroso con que el B. Gaspar cumplía este deber no es po- sible, pero puédese colegir, pensando que no per- mitía se le interrumpiese una tilde con palabras y conversaciones inoportunas. Al decir Aperi domine, que es el acto de preparación, tenía sumo cuidado de elevar los ojos al cielo en demanda de ayuda para rezar mejor aquel oficio, que para muchos no parece que se distingue de otras ocupaciones, a juz- gar por el modo de rezarle. Cuando llegaba al Te Deum y al recitar el verso te ergo queesumos, hacíalo con tal énfasis que pare- cía quedarse como abismado en profunda contem- plación. Nunca tuvo a bien dispensarse de este deber de rezar el oficio divino, aunque Pío VII otorgó graciosamente su dispensa a él y a sus com

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