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añ $ a faenas, retiróse a Arsoli, para precaverse de nuevas y terribles enfermedades que le inutilizaran para proseguir su apostolado. Mas como el genio del apostolado lo llevaba dentro, en su espiritu y voca- ción, ni aun en las horas de descanso pudo descan- sar y cejar en sus afanes. Formó en su misma casa una pequeña Congregación compuesta de jóvenes sacerdotes y legos, a quienes predicaba conferen- cias morales y ejercicios espirituales. El número de los congregantes aumentaba, pero no aumentaba la capacidad de su casa, y pensó en trasladarlos a otro punto. Logró autorización para celebrar sus reuniones en el monasterio de Santa Pudencíana, donde el monje Alberico Annivih hacía de cape- llán, y nuestro Gaspar procuraba todo lo referente al espíritu y disciplina de la Congregación. No podía desligarse de aquel corazón de apóstol el espíritu de caridad. Acudía a los hospitales y hospicios, singularmente al de Santa Lucía de Gi- nasi y a aquel otro donde se recogían los sacerdo- tes imposibilitados para el ministerio, fundado por Sixto V. Mas donde culminó por entonces la llama de su amor fué en la obra de Santa Galla, dirigida por el canónigo Juan Bautista de Rossi y el Venerable Parisi. Tuvo que superar varonil y santamente la repugnancia que naturalmente causan los contagia- dos para entretenerse con harta familiaridad con los enfermos, consolándolos con palabras de ternura y de aliento. Aquí es donde estableció la primera co-
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