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— 31— guro de recoger los frutos que deseaba... Hacialo nuestro Gaspar con tanta gracia y compostura, que fué llamado el pequeño apóstol, que ya iba desarro- llándose en hábil catequista y prudente adoctrina- dor. Pero su celo, como la llama, que busca Oxige- narse para más lucir y mejor brillar no se encerraba en los oratorios y capillas; corría a los campos pa- ra instruir a las pobres gentes del trabajo, que gene- ralmente, a la pobreza material llevan adherida la pobreza intelectual con penuria de instrucción, y se arracimaban en las cercanías de Roma al caer de la tarde. Allí le escuchaban con júbilo a nuestro joven apóstol que, afervorado y entusiasta, platica- ba con ellos distribuyéndoles al fin devotas imáge- nes, particularmente de la Virgen, a cuya protec- ción les exhortaba acudiesen con verdadera con- fianza. Koko Unía a esta labor catequística el celo de caridad en el apostolado de las cárceles, donde la juventud delincuente expiaba sus fa!tas. Trabajó, sufrió, lloró hasta el punto de perder la salud en medio de pe- nalidades y mortificaciones sin cuento... Es evidente que a veces Dios exige de las almas fervorosas la expiación de los culpables... Ellas dicen a su vez con San Pablo <¿quis infirmatur et ego non infir- mor?» y todo padecimiento les parece poco «ut vitam habeant» para que las almas tengan vida... Habiendo perdido la salud en estas caritativas
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