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> El hábito talar no fué para él lo que suele ser para tantos jóvenes clérigos, objeto de vanidad o de caprichosa satisfacción pueril. A Gaspar le ser- vía de contínua amonestación, de nuevos estimulos para vivir más pura y santamente, procurando que ni en palabra ni en obra la más liviana mancha pu- diera desdorar su significado, ni desdecir de la cla - se que representaba. Una nota altamente simpática en el Beato Gas- par, es su amor a la limpieza desde niño. No reco- nocía ningún derecho a la suciedad y a las roturas en la ropa, ni aun quería zurcidos en su traje; por eso decía su buena madre: «Este hijo me tiene siempre con el cepillo en la mano». A lo que el bendito hijo replicaba: «Has de saber, madre, que San Felipe Neri nos dice que la limpieza exterior es señal manifiesta de la interior». Aunque amante de la limpieza en toda su vida, nunca aparecía afeminado. Y si blen por decoro cle- rical se vestía dignamente, pero nunca con lujo, cosa que confundieron lastimosamente muchos de los que tildaron de exagerado su modo de vestir. Es ridículo y detestable en un sacerdote el abandono, y mucho más el desaliño y suciedad. Llamados a vivir en sociedad, donde tienen que tratar con toda clase “de gentes, es menester que los sacerdotes no olviden las reglas de la dignidad y del decoro, sin hacerse, empero, afeminados. Esta condición de que hacemos mérito abrillantaba la sotana del Bea- to del Búfalo y le atrajo mayor veneración de los

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