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a cuando a capricho y por antojo, sin hacer caso de consejos ni avisos, se toma uno providencias no conformes al espíritu, sino conformes a la inclina- ción de la carne. Por eso Gaspar quiere consultar el grave asunto de la vocación; que si Dios le exigie- ra otro estado, resueltamente otro aceptara... y si él, con llevar vida tan señalada y devota, juzgó preciso consultar su vocación con un retiro, ¿qué hemos de pensar de tantos jóvenes que con seña- les en abierta contraposición con el estado eclesiás- tico, se atreven a llegarse al altar por conveniencias de familia o de interés? Recogiose, pues, nuestro bienaventurado en el Monasterio del Cister de Santa Cruz de Jerusalén, donde a la sazón vivía un tío suyo llamado Euge- nio Pechi. Entregado allí a la lectura de libros espi- rituales, se fijó especialmente en la vida de Leonar- do de Puerto Mauricio, grande y maravilloso após- tol franciscano. Consultó su espíritu con maestros experimentados y vino a concluir que su vocación al estado eclesiástico era verdadera. Una vez resuel- to el capital problema de sus orientaciones, pidió humildemente a sus padres permiso para hacerse clérigo o prepararse para serlo. Extraña sobrema- nera esta prudente y sabia conducta en un joven de 12 años, edad en la que vistió el hábito talar; pe- ro bien claro se ve en todo ello que quien movía el corazón de Gaspar era una vocación extraordinaria, un espíritu de gigante y que iba por caminos aco- tados por los grandes santos del cristianismo.
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