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e ME ñeros: «Vamos a recibir nuevas luces en la fuente misma de la ciencia». Finalizada la clase iba con algunos compañeros de paseo a alguna iglesia donde se celebrasen «las Cuarenta Horas», que en Roma son permanentes y circulares casi desde la institución de dicha práctica por el célebre capuchino P. José de Fermo. Si por acaso no le era posible acudir a dicho ejercicio, por celebrarse en iglesia lejana, iba a otra más próxima para de ese modo poder recogerse en casa a la hora del «Angelus». Queda dicho, que siguien- do el consejo del Apóstol, sus conversaciones eran celestiales, Hablaba fervorosamente de Dios, oyén- dose!e de cuando en cuando esta jaculatoria: «Señor y Dios mío, tened piedad de mí», con que matizaba su vida de joven aplicado y ejemplar. Cuando se le ofrecia pasar por delante de alguna imagen de María Santísima, su sentimiento de fe y de amor no le permitía permanecer con el sombrero puesto. Descubríase respetuosamente y con sus colegas de estudios recitaba el «Ave María». De noche volvía a estudiar hasta que su piadosa madre le hacía inte- rrumpir su faena para cenar, Así en su casa como en las aulas revelábase siempre como joven estudioso, modesto, exacto, respetuoso, lleno de virtud y de delicadeza. Con tan señaladas prendas se granjeaba la estimación de sus profesores y padres, siendo amado de Dios y de los hombres. No podía ser joven cabal, si a las prendas de
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